sábado, 28 de diciembre de 2019

La historia a través de las generaciones

PARIS
Edward Rutherfurd
Rocaeditorial



En 1875, en París, Roland De Cygne tiene tres años y es un noble bajo la educación de un sacerdote; Jules Blanchard, rico comerciante, quiere abrir los almacenes Joséphine; Thomas Gascon es un obrero que trabaja en el ensamblaje de la estatua de la libertad que saldrá para Nueva York; Jacques Le Sourd conoce el paredón en donde fue fusilado su padre durante las revueltas de la Comuna.

A través de estos personajes y sus generaciones, hacia atrás y hacia adelante, se desarrolla la historia de la ciudad de París, sus  transformaciones, los hitos arquitectónicos que la embellecieron, las luchas sociales, las periódicas revueltas de pobres contra ricos,  las guerras, la revolución transformada en sangre y venganza social, en fin, "la creación orgánica, ancestral" del paisaje de hoy.
Ile de la Citè en laguiadeparis.com

Edward Rutherfurd, seudónimo del  escritor inglés Francis Edward Wintle (Salisbury, Reino Unido 1948) ha escrito varias novelas históricas  sobre ciudades y algunos países utilizando el recurso de narrar  a través de distintas generaciones de personajes, lo que es una maravillosa manera de ir encadenando la historia y su evolución. Pero se requiere de muchos personajes para contar la historia de ciudades antiguas; a veces el lector se confunde y debe repasar lo leído; a veces los personajes hacen largas reflexiones que le restan acción a la novela; y en París, además, no se sigue un orden cronológico sino que se salta en el tiempo; sin embargo, esto permite al lector mirar el paso de las generaciones, de las ideas, de los odios y los amores, el paso de la vida durante muchos años en un mismo sitio.
Fotografía de eltiempo.com

En estrevista con el diario El Tiempo durante la feria del libro de Bogotá 2019, además de mencionar la creación  orgánica y ancestral de las ciudades de hoy, el autor comentó: "Fui demasiado afortunado de nacer y pasar mis primeros años en una ciudad medieval. Vivíamos junto a una catedral; a unas cien yardas de nuestra pequeña casa había hermosos edificios viejos que pertenecían a diferentes siglos, desde el XII hasta el XX. ¡Incluso el edificio de mi guardería tenía cerca de 800 años! El fuerte de la colina celta junto a la ciudad tenía más de 2.000 años, y viajando unas millas estaba Stonehenge, de 5.000 años.


Simplemente estaba acostumbrado a vivir en medio de la historia. Las primeras caminatas que tomé a los dos años fueron en la catedral y en su claustro, y con todas las historias que me contaban acerca de La canción de Roland, Robin Hood, El Cid y otros héroes de la Edad Media, las efigies en las tumbas medievales, que podía tocar mientras pasaba, me parecían tan reales como mis propios abuelos."

Esta novela es una construcción monumental, aun cuando siento que se queda corta; faltan los parisii, fundadores celtas del sitio inicial en la orilla del Sena en el siglo III A.C., y los romanos, que refundaron Lutecia,  y las invasiones germanas y vikingas; faltan los merovingios y los carolingios, aun cuando la mayor importancia de éstos fue la ampliación de fronteras más que la ciudad. En la novela, lo más atrás que se llega es al siglo XIII con el rey Luis, luego santificado, de la dinastía de los Capetos. En Londres, otra de sus novelas históricas grandiosas,  el autor arranca desde los orígenes de la ciudad.

Tal vez incluir esas épocas habría hecho mucho más larga la novela, pero en esos años antiguos se fue forjando la Francia de hoy. Tal vez es que yo tengo debilidad por el medioevo, ésa época que en mi tierra natal no tuvimos.

No obstante, París  es  una de esas novelas que incitan a saber más,   y ésta, además,  ¡invita a visitar París! Invita a repasarla de la mano de este autor, a recordar su historia, a conocer los sitios en donde vivieron los personajes; aterriza la Historia en la vida de personas que bien pudieron haber vivido allí en las distintas épocas, la acerca, la hace nuestra. Es un trabajo impresionante el que hace este autor al contar la historia de una ciudad como París, porque a través de las sucesivas generaciones vemos la evolución de la civilización y de las ideas en el curso de los años y, también,  la continuidad de las tradiciones en las famiias, todo lo que construye una sociedad, con sus pros y sus contras, y su maravillosa diversidad.

Dentro de sus novelas históricas se encuentran Sarum, Londres, Rusia, New York y Príncipes de Irlanda.

Invito a leer: https://www.eltiempo.com/cultura/musica-y-libros/entrevista-con-edward-rutherfurd-invitado-a-la-feria-del-libro-354186

https://www.revistaarcadia.com/contenidos-editoriales/arcadia-en-la-filbo-2019/articulo/entre-la-musica-y-la-arquitectura-la-novela-historica-segun-edward-rutherfurd/74240

martes, 3 de diciembre de 2019

Una hermosa nota que comparto




«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.»

Cuando leo este fragmento de la novela de Vladimir Nabokov pienso en el placer de pronunciar algunas palabras. La lengua contra el paladar, contra los dientes, el siseo de las consonantes sonoras, el susurro de las fricativas o el gorjeo aterciopelado de las oclusivas. La fonética y la fonología a menudo son el arte de la seducción y la memoria.

Tenemos palabras favoritas, palabras en las que se desdibujan las razones de nuestra querencia entre fonética, significado o emoción. Apreciamos leerlas, pensarlas, perdernos entre sus curvas, dedicarles diez poemas. Construimos mundos en las cimas de sus picos y remontamos sus olas incesantes. Melancolía no solo es un estado habitual que nos aqueja, nos ronda y nos corteja, es música. Quejumbrosa, atormentada, brumosa, nostálgica, encriptado, lletraferit, malaguanyat, melic, préssec... la lista es larguísima y cambiante. Pero ningún vocablo tan misterioso y rico en matices como aquella saudade que un día nos descubrió Manuel Rivas.

Saudade es una palabra portuguesa y gallega que roza la melancolía. Saudade es tristeza, es nostalgia, es anhelo de recorrer la distancia que nos separa de aquello que amamos; es la llovizna perenne sobre los altos bosques de Galicia, de Irlanda, de Escocia; la bruma de sus mañanas, el gris marengo de sus cielos otoñales; es pérdida, es el hiraeth de los galeses (el añoro del hogar) y la enyorança de mi tierra. Una bella medida de desesperación por aquello tan íntimo perdido, un estado terriblemente hermoso, sereno y delicado, de ausencias que duelen hondo.

Todos tenemos esas palabras fetiches que reconocemos raudos en un texto, como un hechizo pronunciado a media voz que nos encanta. Me pregunto hasta dónde depende nuestro amor por un libro, por un poema, o un escritor, en la medida en la que pulsa esas notas de Hamelin que nos resultan irresistibles. Me gusta mucho la prosa de Rivas y la de Vales, la de Chesterton y la de Pratchett, la de Matute, Scott, Ospina... Lista tan larga como la de sus —¿o eran mis?— palabras que evocan. Otra apuesta azarosa entre pensamiento, lenguaje y emoción que es nuestro uso lector de cada día.


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