jueves, 13 de mayo de 2010

La herencia de Carlomagno

EL PUÑAL Y LA PONZOÑA
Las investigaciones de Edwin El Sajón
Marc Paillet
Ediciones El Aleph

El abad Edwin y el Conde Childebran son los missus dominicus del rey Carlos I el Grande, Carlomagno, enviados plenipotenciarios que deben investigar unas quejas por conflictos de tierras entre el opispo y el conde de Anton, en el año 796. A esta investigación, deben sumar una de homicidio, y el abad Edwin, dejando de lado la costumbre de la tortura o del juicio de Dios, se empecina en buscar los hechos que conduzcan a la verdad. Al tiempo, tiene el encargo del rey de buscar manuscritos en los conventos y bibliotecas, para que sean copiados para el rey.  El libro nos transporta a esa época de la historia, la alta edad media, que muchos califican de oscura, pero que es una era realmente de gestación de la civilización.
Carlomagno (742-814), fue coronado rey de los francos en el año 768; posteriormente, asumió el título de rey  de los longobardos o lombardos, y fue coronado en el año 800 como emperador de los romanos  por el papa León III. Desde sus primeros contactos con el papado en Roma, como nos cuenta el gran historiador Harold Lamb (1892-1962), Carlos se dio cuenta "de su propia ignorancia y del embrutecimiento de su pueblo en las cabañas de mimbre y adobe y en las iglesias de troncos", y soñó con ser el elegido para  construir la Ciudad de Dios en la tierra, la anunciada por San Agustín, con base en la fe férrea e ingenua de los primeros cristianos.
El abad Sturm le dijo que no aspirase a cambiar la naturaleza humana en una noche, y que el principal problema se encontraba en los mismos misioneros, ignorantes y disolutos.  Y el abad de York,  Alcuino, su más cercano consejero, le recomendaba salvar primero las almas y luego los diezmos. Para Carlos era imperativo sacar a su pueblo de la barbarie, conservando el orgullo de su raza y recordando de dónde venían, e instruir a sus clérigos para que entendiesen las escrituras y las pudiesen transmitir de manera distinta a una simple repetición de las palabras, pues lo importante era su sentido.
Los pueblos bárbaros de entonces (suecos, francos, alamanos, daneses, noruegos, etc), hoy son las sociedades más organizadas y avanzadas de nuestro tiempo. Asolaban Europa de tanto en tanto, y contribuyeron a la caída del Imperio Romano, pero algo les quedaba de su contacto con éstas civilizaciones. Por lo menos el asombro ante las cosas nuevas que generaba hambre de conocimientos y ganas de un mejor vivir en sociedad.
La herencia de Carlos el Grande se conserva: el espíritu de justicia que debe brillar por encima del odio, y la defensa de los desvalidos, recogidos en la novela de Edwin el sajón, junto con  el impulso idealista y moral  por encima de los logros materiales que caracterizó a este rey (Arthur Kleinclauz, citado por Lamb); además, las letras minúsculas y separadas para facilitar su lectura; el canto litúrgico; las escuelas parroquiales en donde aprendían nobles y villanos; los manuscritos iluminados copiados para conservar la cultura; la canción de Roldán en Roncesvalles; Francia y Alemania. Y  también el pleito condal, el tribunal de los condes; todavía los abogados  decimos, cuando no hay más remedio que discutir algo en los estrados judiciales,  que nos vamos a pleito, al antiguo tribunal condal de la época de Carlomagno.
Como dice Harold Lamb al cerrar su magnífica biografía sobre el rey, "fue como el destello de un faro en la oscuridad de Europa, que no volvería a aparecer hasta las cruzadas".