jueves, 24 de diciembre de 2009

Navidad: época de libros nuevos


En Barranquilla ha estado lloviendo en estos días, cosa extraña, pues aquí los días de diciembre son soleados, ventosos, de limpio cielo azul y olor a sal en el aire. Ahora llueve despacio, el mundo se aquieta y se levanta ése aroma especial de la tierra mojada que invade la tarde. Como en Barranquilla, cuando llueve, uno no sale por los arroyos, lo mejor es, entonces, ponerse a leer, abrir el regalo que contiene un hermoso libro nuevo, acomodarse en un sofá y empezar la aventura por el mundo  especial que ha creado el autor para nosotros. No hay mejor plan que ese. Feliz navidad literaria. Que lean mucho; que sueñen; que sonrían. Son mis deseos para ustedes.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Raymond Carver

CATEDRAL

Raymond Carver
Ediciones Conpactos Anagrama, Barcelona
10a edición, 2006, 205 páginas


Raymond Carver (1939-1988) es reconocido como uno de los maestros norteamericanos del relato corto. "Catedral" es una muestra de esa maestría. Doce cortos cuentos que se centran en un momento determinado de una vida cualquiera, de gente común y corriente; vidas en las que, de pronto, pasa algo que rompe la rutina, la monotonía de las existencias simples sin ninguna aspiración intelectual o de trascendencia alguna.

Algo sucede, entonces, y el lector va adquiriendo la sensación de que algo más va a pasar, algo grave o irreparable.

No son historias redondas; al comienzo, parecen anécdotas, pero tampoco lo son. El estilo conciso y seco del narrador nos muestra, como de reojo, cómo era la vida del personaje antes del suceso central, y nos deja a la imaginación cómo será después. No cuestiona, no elucubra, sólo narra generando un suspenso que desemboca en nada, no hay realmente un desenlace, aun cuando sí una cierta solución.

Por ejemplo, en “El Compartimiento", Myers visita Europa por primera vez y va a visitar a su hijo a quien no ve ni se ha comunicado durante ocho años; al regresar del baño, se da cuenta de que le han robado el reloj que le lleva de regalo, y no puede culpar al único pasajero con quien comparte el vagón; la rabia y la impotencia le recuerdan su mala relación con el hijo y con su madre, y descubre que en realidad no quiere verlo. No se baja del tren en la estación en donde el muchacho debía estar esperándolo; lo busca y no lo ve en el andén; tal vez el hijo tampoco quiere verlo. Su vagón es desenganchado sin que se de cuenta, y pierde el equipaje; pero lo único que le importa es que el tren siga marchando hacia cualquier parte.

O, en "Fiebre", Carlyle ha sido abandonado por su mujer, quien le dejó los dos niños pequeños; ella llama insistentemente por teléfono para decirle que las cosas van a ir bien; llamadas absurdas mientras él busca una niñera para los hijos y poder ir a trabajar; una fiebre alta lo ayuda a desprenderse, a ver claro, y aun cuando la excelente niñera que había conseguido le anuncia que se va, él se siente tranquilo.

Vidas que se rompen, abandonos, soledad, y esa incierta sensación de estarse fraguando una tragedia, o, como dice el mismo Carver, como si las cosas que estuviesen dormidas fuesen a despertar.

La tensión que maneja con su lenguaje preciso, dice Carver "...es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma en el cuento. Y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas". (Escribir un Cuento, en http://www.literatura.us/).

Es éste el estilo inconfundible de Carver, descrito por él mismo, el mundo que ha creado, y que deja pensando al lector en todas las posibilidades abiertas en el relato.

Por: Silvia Reyes Cepeda





miércoles, 9 de diciembre de 2009

Mientras Agonizo : William Faulkner



Condado de Yoknapatawpha, Estado de Mississippi, en el viejo sur de los Estados Unidos, en donde los “blancos pobres” viven igual o peor que los negros. Addie Bundren agoniza y desde su lecho escucha el aserrar y martillar de su hijo mayor, Cash, fabricando su ataúd. Anse Bundren prepara la carreta para transportarla a Jefferson, en donde una vez pidió ser sepultada junto a sus antepasados. Su hija, Dewey Dell, la abanica mientras piensa en Lafe y en lo que no pudo evitar que sucediese cuando llegaron al surco final de la plantación de algodón. Jewel amansa entre maldiciones un caballo que ha comprado con el dinero ganado trabajando de noche para otros, y Darl, mientras tanto,  imagina a su hermano “rodeado por un laberinto resplandeciente de cascos igual que una ilusión de alas”. Vardeman, el menor, imagina que su madre es un pez que se escabulle en el río. Emprenden el viaje a Jefferson, que es largo, en pleno mes de julio, con amenaza de lluvia, con el río desbordado y los puentes caídos, pero Anse Bundren se ampara en su promesa, y asumiendo el  papel de víctima signada por la mala suerte, arrastra a su familia y al cadáver de su mujer en una accidentada travesía que traerá consecuencias trágicas para todos, menos para él.

En esta obra, el autor utiliza una mezcla de narración con monólogo interior en la que intervienen distintas voces; cada personaje describe, desde su propia visión, un pedazo de la historia y, entre todos, ésta se va formando, con el hilo conductor de la voz de Darl, quien en ocasiones parece ser un visionario, puesto que habla de cosas que no está viendo, que tal vez imagina. Darl trasciende la cruda realidad de su familia con metáforas poéticas que al final no le sirven para evitar la locura. El viaje, por su parte, disfraza con su aparente propósito cristiano, los motivos egoístas de cada uno y evidencia los caracteres de los personajes, sus sentimientos y frustraciones, y su fuerza interior para superar las dificultades que la naturaleza atraviesa a su paso.

William Faulkner (1867-1962), premio Nobel de Literatura 1950, comenzó su labor de escritor en 1924 con la publicación de un libro de poemas, y en 1925 publicó su primera novela, “La paga de los soldados”, empujado por el ejemplo del escritor Sherwood Anderson, de quien dijo en una entrevista que nunca ha sido valorado como se merece . Sus obras, como “Sartoris”, “El sonido y la Furia”, “Luz de Agosto”, entre otras, y ésta, “Mientras Agonizo”, se desenvuelven en un condado ficticio, Yoknapatawpha, en el estado de Mississippi, y los personajes de algunas se repiten en otras, complementándose. Describe en ellas el sur  donde nació y vivió, el racismo, la violencia –abierta y soterrada–, la desesperación por romper los círculos de la pobreza, la rigidez de las costumbres y el peso de la opinión de los demás.

En su estilo, recoge las tendencias de la escuela naturalista (finales del siglo XIX y principios del XX) de enfrentarse a temas considerados tabú por su crudeza y adopta la técnica del “monólogo interior” y de la “corriente de conciencia”, introducidas por Henry James y James Joyce, las cuales permiten dar a conocer la realidad íntima y subconsciente de los personajes

No resulta fácil leer a Faulkner, pero su estilo permite que brillen los caracteres por sí solos, su grandeza o su miseria, al tiempo que transmite una imagen completa de ese sur desolado bajo el sol ardiente del verano, en donde a veces la naturaleza, un personaje más, pone a prueba las fuerzas de los hombres. El lector debe tener la paciencia de ir armando la historia paso a paso, de encontrar los textos implícitos, lo que no dice el escritor pero da por sentado, y al final, tal vez encontrará la clave, como en “Mientras agonizo”, en el monólogo final de Addie Bundren.

William Faulkner: MIENTRAS AGONIZO, Ediciones Cátedra, Letras Universales, 5ª edición, 2001, Madrid,Edición de Javier Coy, Traducción de Mariano Antolín Rato

lunes, 7 de diciembre de 2009

Arte Helado


Texto y fotografías: Cándida Reyes Cepeda

50 escultores provenientes de Rusia, Estonia, Ucrania, Chequia, Bélgica, Irlanda, Inglaterra, Finlandia, Suecia, España, Estados Unidos, Canadá y Holanda se reunieron en Roermond (donde yo vivo) durante dos semanas a esculpir, esculpir y no sudar. Ellos crearon un magnífico juego de estatuas de las cuales les mando una muestrica.

El lugar donde estan las esculturas es una gran tienda refrigerada que se mantiene cerrada para conservar las esculturas a una temperatura de -8 grados (brr, se me congeló hasta el bigote)
Tengo un librito con secretos de las esculturas y ahí les dejo uno:  las esculturas se construyen de arriba hacia abajo... una vez que los bloques son colocados con buldozer en su sitio se pegan con agua en el lugar de exhibición y... a trabajar inmediatamente!!!





jueves, 3 de diciembre de 2009

La esquina inesperada del Mar Tenebroso

Por: Silvia Reyes Cepeda

La flota desfiló despacio llenando el río hasta asomarse al Mar Océano, al mar tenebroso, inmenso y todavía misterioso. La comandaba un hombre poderoso, soberbio, elegante, a quien el señor Don Manuel había entregado la bandera de la Orden de Cristo, bendecida por el Papa.
El señor Don Manuel le había dicho en voz baja: “Dios quiere, el hombre sueña, la obra nace. Dios quiso que la tierra fuese una, que el mar uniese y ya no separase” , y había agregado con la vista perdida en el infinito: “El mar sin fin es portugués”.
Don Pedro Alvarez Cabral recibió la bandera con reverencia y partió. El destino de esta imponente flota era Calicut, la tierra de las especias de que hablaban Marco Polo y Vasco Da Gama, la de los palacios con cúpulas de oro y pisos de jade y mármol, en donde en nombre del imperio desplegaría banderas, riquezas y soldados para deslumbrar a un poderoso sultán de nombre impronunciable.
El mar se abría infinito, desplegaba su aparente soledad sobre la flota, y las almas se angustiaban ante esta sempiterna vista de cielo y agua. Cada atardecer los hombres creían, en el fondo y sin manifestarlo a nadie, que se desbordarían por el horizonte y caerían en las fauces del monstruo que cuidaba los abismos oscuros del mar. Sólo el brillo silencioso del miedo en sus ojos los delataba. Pero a una tarde le sucedía la otra, más o menos en calma, cada día daban gracias a Dios por el trayecto recorrido, y rogaban la bendición del cielo para el próximo. Se guiaban por las estrellas y por unas inciertas cartas marítimas que no contenían aún todo el mundo, pero ellos no lo sabían.
Era el mes de abril del año del Señor de mil y quinientos. De pronto, en algún recodo del mar se encontraron con los vientos que iban hacia el oeste, y que tampoco estaban dibujados en sus cartas náuticas. Y en las manos de los vientos llegaron a una esquina verde con un monte verde y, en una bahía de quietas aguas, echaron el ancla y descendieron.
Hombres desnudos los esperaban en la playa. No había cúpulas de oro ni caminos empedrados. El comandante guardó su bandera para no gastar las bendiciones que portaba con esa extraña gente cuyo idioma no entendían los intérpretes, preparados para entregar credenciales a un sultán.
Sin preguntar, Alvarez Cabral tomó posesión de esa nueva tierra aún sin nombre, en ejercicio del cristiano derecho conferido a su rey por un poderoso Papa que había repartido el mundo y los mares e islas por descubrir entre España y Portugal. Ordenó celebrar una misa, por si acaso, y en la cima del monte verde se escuchó por primera vez el latín y el nombre de ese nuevo Dios, invocado como respaldo para la apropiación de lo ajeno y la imposición de servidumbres y explotaciones.
Los indígenas desnudos contemplaban en silencio el extraño ritual que estos extranjeros barbados de piel pálida desarrollaban bajo el viento de abril. Y en silencio los vieron partir nuevamente en sus extrañas canoas altas como los altos árboles de la selva.
La flota enderezó el rumbo buscando la ruta soñada de la especiería. Se llevaron unas muestras del árbol que llamaban pau brasil y que enviaron a Don Manuel en un reporte escueto de la tierra descubierta y de la única riqueza que al parecer contenía: sólo vegetal, sólo pau brasil.
Dejaron un nombre flotando sobre el Monte avistado en esta esquina inesperada del Mar Tenebroso, Monte Pascual, por aquel prurito de nombrarlo todo, hasta lo que no conocían y una transitoria denominación de la tierra, Isla de la Vera Cruz.
No imaginaron la selva profunda, ni los ríos anchos como mares, ni los pájaros de colores, ni las bahías azules con morros semejantes a panes de azúcar flotando sobre el agua.
Llegaron a la India, la verdadera, atravesando el recién bautizado Cabo de las Tormentas, pagando su tributo de naufragios, terror y muertos, y encontraron el ansiado mercado aromático de las especias, su sueño comercial cumplido bajo el fuego de los cañones cristianos.
Del otro lado del mar, una cúpula verde esperaba su destino de colonia, de esclavos, de oro y azúcar; de capitanías y de botín de piratas; de mezcla de razas vencidas y vencedoras; de candomblé, tambores y sol; de un imperio importado al cielo candente del trópico con princesas de siete nombres y apellidos imponentes; de caucho, café y Pau Brasil.
Sueño tras sueño, se construyó una historia. Desde el sueño de un navegante que nunca navegó, que soñó que el mar ignoto debía ser solamente un mar portugués y dejar de ser Mar Tenebroso, pasando por el sueño embrujador de las especias, de la seda, del oro, del poder y del dominio sobre otros, hasta llegar al sueño de libertad enroscado en el vientre verde de Brasil.

Fotografía: La Costa del Descubrimiento, tomada de www.brazadv.com
Frases atribuidas a Don Manuel:  Fernando Pessoa: Mensaje, Mar Portugués: El Infante. Padrón.