lunes, 26 de julio de 2010

La Montaña Vieja de los Incas

Por la estrecha orilla del río Urubamba, vamos de Cusco a Aguas Calientes, camino a Machu Pichu, en un tren obsoleto que se bambolea en las curvas, como si le costase mantener el equilibrio. Vamos en busca de la ciudad de piedra que todavía se esconde entre los pliegues de una cordillera abrupta, nevada, que guarda congelado en el silencio el rastro ya perdido del puma y del inca.
Es fácil imaginarse el lento cabalgar por la orilla del río de una hueste invasora, vestida de hierro y terror, mirando de soslayo las altas paredes verticales de las montañas  por donde se descuelgan cortinas de flores amarillas, envueltos en el ruido del agua y en el canto  de pájaros invisibles, sin saber hasta qué punto es canto, silbido de flecha o señal humana. Escuchamos el eco de los cascos, lentos, profundos, perdiéndose en las gargantas de la cordillera. Una grieta en la pared, una sombra, un perfil indígena aflora entre las piedras, y cargamos con ellos esa pesada sensación de estar siendo observados desde la espesura.

Nunca encontraron estos invasores la ciudad de piedra. Dicen que el último inca rebelde, Manco Inca, hizo cerrar los caminos que a ella conducían, y trasladó tesoros y personas a Vilcabamba, la otra ciudad perdida que buscaba Hiram Bingham en 1911 cuando se topó con Machu Pichu.
Machu Pichu, "montaña vieja": Escaleras de piedra, encaje rocoso en el borde de la selva, joya de la cordillera, viento y niebla y  soledad. El inca amarraba al sol, Intihuatana,  en la piedra que algunos creen que es un reloj, mas no lo es, no mide el tiempo, sólo retiene al sol, Inti, deidad venerada en los cuatro confines del Tawantinsuyu.


Templo al Sol, Machu Pichu
Dientes de roca, puñales de hielo, oquedades, precipicios, guardan aún los antiguos caminos. El imperio inca hace mucho dejó de existir, aplastado por aquellos que vinieron de allende el mar y nos dejaron iglesias cristianas y conventos construidos con las piedras de los templos del sol, en Cusco, corazón sagrado del imperio; nos dejaron el lenguaje, el mestizaje y un orgullo que vibra en la voz de quienes nos hablan ahora de Machu Pichu, y pronuncian los viejos nombres con emoción y respeto en la sonora lengua quechua que no ha muerto. 
Intihuatana
Coricancha, Cusco, Convento de Santo Domingo levantado sobre el Templo del Sol
Partimos con el sol cayendo sobre el borde de las montañas. Como en el verso de Neruda, dejamos "que el tiempo cumpla su estatura en su salón de manantiales rotos, y, entre el agua veloz y las murallas," recogemos "el aire del desfiladero,  las paralelas láminas del viento, el canal ciego de las cordilleras, el áspero saludo del rocío,"  y subimos, "flor a flor, por la espesura, pisando la serpiente despeñada."