miércoles, 7 de julio de 2010

Homenajes Tardíos

En estos días andan por Perú, Ecuador, Venezuela y Colombia, los "restos simbólicos" de Manuela Sáenz, recibiendo homenajes que, tal vez,  intentan reparar el trato que recibió cuando vivía. En el mes de mayo de 1830, Simón Bolívar abandonó Bogotá pretendiendo marchar al exilio, enfermo, apesadumbrado y decepcionado por las luchas partidistas, las insurrecciones, la ingratitud, y por los mezquinos intereses de poder que dieron al traste con la Gran Colombia que él soñaba. La vida le alcanzó hasta el 17 de diciembre en Santa Marta.  
Ese mismo año, Manuela es expulsada de Bogotá y confinada por un tiempo  en Guaduas. Regresa a Bogotá y, en 1834, acusada de participar en una conspiración contra el general Santander,  es obligada a abandonar Colombia; va a Jamaica un  tiempo, y de allí a Guayaquil, mas el presidente ecuatoriano de entonces le niega la entrada al país.
Sólo Perú, que también la había expulsado unos años antes, le brindó refugio, y escogió  la costa desolada de Paita, en donde murió de difteria en 1859, pobre e inválida; sus escasas pertenencias, incluyendo la correspondencia con Bolívar, fueron quemadas para evitar el contagio, y sus huesos terminaron en una fosa común.  De ahí que no se encontrase ni "el polvo de sus huesos".
Triste final para quien fuese alguna vez condecorada por el General José de San Martín con la "Orden de Caballeresa del Sol" (1821), por sus servicios a la causa libertadora;  para quien, luego de la noche septembrina, fuese denominada "la libertadora del Libertador"; defensora acérrima de los ideales de Bolívar y enemiga declarada de los enemigos del general.

El poeta Pablo Neruda le canta:

Tú fuiste la libertad,
libertadora enamorada.
Entregaste dones y dudas,
idolatrada irrespetuosa.
Se asustaba el búho en la sombra
cuando pasó tu cabellera.
Y quedaron las tejas claras,
se iluminaron los paraguas.
Las casas cambiaron de ropa.
El invierno fue transparente.
Es Manuelita que cruzó
las calles cansadas de Lima,
la noche de Bogotá,
la oscuridad de Guayaquil,
el traje negro de Caracas.
Y desde entonces es de día.

El poema de Neruda a Manuelita Sáenz, "La Insepulta de Paita", es hermoso, soberbio y triste a la vez. El poeta va a buscar a aquella cuyas piernas "anidaron el imperioso fuego del Húsar, del errante Capitán del camino, las piernas que subieron al caballo en la selva y bajaron volando la escala de alabastro". Busca su "pequeña mano morena", sus "delgados pies españoles", sus "caderas claras de cántaro" y sus venas "por donde corrían viejos ríos de fuego verde"; pero sólo encuentra arena y soledad. El poeta no comprende este exilio, este triste orgullo de Manuela. "Por qué esta luz desamparada? ¿Por qué esta sombra sin estrellas? ¿Por qué Paita para la muerte?" "¡Ay amor, corazón de arena!"

Afortunadamente el poeta se anticipó en su homenaje a Manuelita Sáenz, ya que el reconocimiento de los países por donde ella anduvo con el Libertador apenas llega ahora, algo tardío. Lo acepto como un paso para evitar el olvido de su nombre en la memoria de los pueblos con cuya independencia contribuyó.

Así no tenga tumba,  la poesía guarda un epitafio:

"Ésta fue la mujer herida:
en la noche de los caminos
tuvo por sueño una victoria,
tuvo por abrazo el dolor.
Tuvo por amante una espada"

Alguna Bibliografía:
Pablo Neruda: Cantos Ceremoniales, Editorial Losada, Buenos Aires, 2a edición, 1972.
Eugenia Viteri: Manuela Sáenz, Comisión Nacional de Conmemoraciones Cívicas, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Quito, Ecuador, 2003, en www.consuladoecuadorsj.com/pdf/manuelasaenz.pdf
Fotografía de una calle de Paita, Perú, de 1885, tomada de http://www.paitavirtual.com/