domingo, 27 de febrero de 2011

"La magia de Cartagena"

A los amantes de los libros de aventuras devorados en la infancia, nos hizo soñar en su momento la imagen de los piratas, esos personajes mal encarados, crueles, que asaltaban barcos en alta mar, sobre todo españoles provenientes de las Indias cargados de riquezas, pero que en el fondo tenían un corazón capaz de  amar, como el inolvidable Sandokán de las novelas de Salgari.  Una visión romántica y, claro está, totalmente  alejada de la realidad sanguinaria de estos personajes.
Los piratas se definen como aquellas personas que se dedican al  abordaje de barcos en el mar para robar, aun cuando en los siglos XVI, XVII y XVIII no sólo atacaron un gran número de navíos, sino también ciudades: Cartagena, Santa Marta, Riohacha, Portobelo, Panamá, todas ellas fueron víctimas de estos bandidos a quienes se les conocía como como bucaneros, filibusteros o corsarios, denominaciones que, si bien compartían la actividad delictiva, tenían algunas diferencias entre sí.
Arturo Aparicio Laserna, en su obra Mar de Sangre, Memorias de Cartagena, señala las siguientes diferencias: La piratería, en general, era "aquella expedición armada o empresa por mar con un fin lucrativo y sin autorización del Estado". El corsario, en cambio, aunque se dedicaba al mismo fin, recibía de su rey una patente de corso para atacar los barcos o poblaciones enemigas del reino; corsarios fueron, entre otros, los ingleses, como Francis Drake y John Hawkins, o franceses como Vernon.  Los bucaneros, por su parte, estaban conformados por desertores, náufragos y colonos ingleses, franceses y holandeses que eran cazadores de jabalíes, cerdos y ganado cimarrón cuya carne conservaban con el sistema indígena llamado bucan. Y los filibusteros , al igual que los bucaneros, eran desertores, desplazados que se refugiaban en la Isla Tortuga,  que se movilizaban en embarcaciones pequeñas y rápidas y cuya técnica de ataque era la sorpresa y el abordaje rápido con espadas, pistolas y puñales en los dientes.
Cartagena de Indias, como puerto de escalada de la flota española que transportaba las riquezas del Nuevo Mundo a España, fue blanco de muchos ataques piratas: del francés  conocido como Roberto Baal, a quien guió un español con ganas de vengarse del capitán Bejines por unos azotes recibidos; de los ingleses John Hawkins, Juan Acle y Francis Drake, los "perros del mar" de Isabel I, con patente de corso; de los franceses Martín Cote, de quien algunos dicen que descienden los Cote de la Guajira, y Jean Beautemps; del barón de Pointis y Juan Bautista Ducasse, que cañonearon la ciudad hasta vencerla en abril de 1697, y que obraron por órdenes del rey Luis XIV necesitado de dinero; de  Edward Vernon, repelido en 1740 y luego en 1741 por don Blas de Lezo.
De estas historias nos habla el libro Mar de Sangre, del médico Arturo Aparicio Laserna, una obra entre el ensayo y la anécdota, con algunas pretensiones literarias, en un principio algo desafortunadas, pero en donde priman  las crónicas detalladas y amenas que  cuenta de la ciudad, tomadas de distintas fuentes que cita de manera general al final del libro, y adornadas con su imaginación y escritas con un estilo libre y desenvuelto que facilita su lectura haciéndola realmente agradable. El autor, de quien nada sé excepto que es médico nacido en Bogotá, como él mismo dice no es historiador, sino un enamorado  de Cartagena, cuya  magia lo impulsó a escarbar en otras obras y a escribir un libro que quiere contarnos la historia de esta maravillosa ciudad, desde su fundación sobre el poblado indígena de Calamarí, hasta la derrota de Vernon ante sus murallas. Y es que para escribir, tal vez no se necesite más que amor por las palabras y una historia para compartir.
Imagen tomada de Las Murallas de Cartagena, su Itinerario Histórico, de José Gabriel Bustillo Pereira, en http://www.cartagenainfo.com/lasmurallasdeCartagena/index.html

Mapa de las defensas de Cartagena, dibujo de Julián Báez, en Mar de Sangre, página 302.

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