domingo, 28 de marzo de 2010

A los que aún no vuelven

En algún lugar allá
en la selva enmarañada
o en la montaña agreste,
reposas tú
o tal vez lloras
o sueñas con pájaros
que vuelven.

Aquí,
la vida se detuvo
desde entonces.



Silvia Reyes Cepeda
Crónicas del Desamparo

Casi un siglo después, el mismo fraude

El Tiempo ha comenzado a circular una interesante revista, "dk100", en la cual rememora lo ocurrido durante los 100 años del periódico. Llama la atención la nota titulada "los conservadores siguen en el poder", sobretodo el recuadro que narra versiones de fraude en las elecciones de 1914, en las cuales resultó elegido José Vicente Concha.
Dice la nota que "en la población conservadora de Guasca, en Cundinamarca, se registró un número de votos equivalente al 20 por ciento de los de Bogotá, aunque allí la población no llegara al 5 por ciento de los habitantes de la capital".
En 2010, a 96 años de distancia, en las votaciones para Congreso de la República, se denuncia el inusitado incremento de votantes en 13 de los 42 municipios del Valle del Cauca (El Tiempo, marzo 21 de 2010).
La conclusión es contundente: en casi 100 años, no hemos avanzado en los valores; por el contrario, el país retrocede cada vez más. Se perpetúan los vicios, se incrementan, mientras las virtudes disminuyen. Y eso da tristeza, rabia y vergüenza.

Fotografía: Carlos E. Restrepo, José Vicente Concha, Marco Fidel Suárez, Tomada de "dk100"

sábado, 20 de marzo de 2010

El ruido lento del mar

EL BUSCADOR DE ORO
Jean-Marie Le Clézio

"Por mucho que retroceda en mi memoria, siempre oigo el mar ...Lo oigo ahora, en lo más profundo de mí, me lo llevo adondequiera que voy. El ruido lento, incansable, de las olas que rompen a lo lejos en la barrera de coral...".
El primer párrafo de la obra de Le Clézio me trae a la memoria mis propios recuerdos del mar de mi infancia, los anhelos de infinito que sigue despertando, la permanente nostalgia de su voz cansada. La obra está llena del mar, de la luz que brota del mar cuando "el sol arde en el centro del oscuro cielo",  y del azul del mar, "ese  azul profundo y oscuro, poderoso, centelleante" que a veces produce vértigo. Es una hermosa poesía del mar, pero también de la búsqueda de un destino que se pierde en el horizonte.
La familia L'Etang vive en la Hondonada del Boucan, en la isla Mauricio, y el padre quiebra luego de intentar algunos quiméricos proyectos; deben, entonces, abandonar su paraíso e irse a la ciudad a malvivir. El joven Alexis, narrador y protagonista, se siente asfixiado en esa ciudad  en donde llueve y que está lejos del mar; añora la libertad y el viento del mar gritando sobre los campos de cañas. Se embarca en el Zeta, una goleta que le llevará a la isla Rodrigues, en donde debe estar el tesoro de un viejo corsario, según los mapas y cálculos hechos por su padre.
Alexis cree que encontrar el tesoro le permitirá recuperar la tierra del Boucan, pero realmente parte huyendo de la monotonía de la vida citadina, de un empleo gris en una oficina gris, guiado por un sueño que cree es su destino; mas su destino parece ser  una eterna búsqueda en la libertad abierta del mar.
Jean-Marie Gustave Le Clézio (Niza, 1940), premio nobel de literatura 2008, ha dicho que su patria está en la isla Mauricio, de donde proviene su familia, y que "escribir es escuchar el ruido del mundo", el cual se escucha mucho mejor viajando.
En El Buscador de Oro (1985), el ruido del mar inunda el mundo, el "ruido de la brisa marina en las agujas de los filaos", la música ligera y dulce de la voz de Mam recitando un poema en el crepúsculo, y  el sonido de las velas del Zeta volando sobre  un mar tan azul, que aleja los recuerdos desagradables y hace vana  e inofensiva la memoria. Islas  lejanas, viento, mar, noches estrelladas en las que se recuerdan los nombres de las constelaciones, libertad, y el sueño de viajar en una nave que se llame Argos, que se deslice "lentamente hacia mar abierto, por aguas oscuras del crepúsculo, rodeado de pájaros".
Por: Silvia Reyes Cepeda
Fotografía de un árbol de vacoa, típico de las Islas Mauricio

sábado, 13 de marzo de 2010

Romper los vicios del pasado: el reto

Colombia nació contradictoria, dividida y con vicios que han resistido el paso del tiempo: El 20 de julio de 1810 se proclamó supuestamente la independencia de España, pero reconociendo la soberanía del rey Fernando VII, y se declaró la conformación de un sistema federativo de las provincias cuya representación, no obstante, debía residir en Santa Fe de Bogotá. La elección de los miembros de esa primera Junta Suprema de Gobierno se hizo a dedo entre los mismos alzados, quienes formaban parte de la oligarquía criolla; dijo en 1811 don Ignacio de Herrera, que "el favor y la intriga colocaron a muchos que no tenían un verdadero mérito" (1).     El pueblo reunido en la plaza aplaudió y depositó su confianza en la "ilustración y patriotismo" del Tribuno José Acevedo y Gómez, según reza el Acta de Independencia, porque no hubo "cabildo abierto", sino "cabildo extraordinario", con lo cual no era el pueblo el que decidía, pese a que "en su nombre" se habló y actuó. 
     El decreto que reglamentó la forma de escoger a los diputados provinciales restringió el derecho al sufragio a los hombres mayores de veinticinco años, que tuviesen casa abierta, no viviesen a expensas de otro o no sirviesen  a otros, lo que dejó por fuera a los pobres, a los indios, a las mujeres y a todo aquel que no tuviese bienes raíces o muebles. Esto es, los notables se escogían a sí mismos, quienes ya eran los miembros de los cabildos por compra de los cargos o por elección de los demás capitulares, como reconoció don Camilo Torres (2). Antonio Nariño, por su parte, se opuso a tales disposiciones clamando por que se hablase "de la virtud y el mérito para los empleos, sin que las riquezas sirvan de medida para las elecciones" (3).
     En los años siguientes se dictaron una serie de constituciones que seguían el aire turbulento de los tiempos, antes y después de la reconquista española y  del logro de una independencia real por la vía de las armas; constituciones, unas de corte federalista, otras centralistas, con el sistema de elección indirecta en su mayoría y voto restringido. Llegaron las ideas liberales a la Nueva Granada y chocaron con las  tradicionalistas. Chocó Bolívar y su ejército, con Santander y su idea del orden civil. Surgieron los partidos políticos, liberal y conservador, y la gente se adhirió a uno y otro, más por tradición y por lealtades hereditarias (4), que por convicción o conocimiento, sin que existiese solidaridad social alguna, ni concordancia entre la realidad nacional y las ideas importadas. 
     La Constitución de 1853 (centro-federal)  abolió la esclavitud y  concedió ciudadanía y, por tanto,  derecho a votar, a los varones casados o que hubiesen sido casados, mayores de 21 años. En 1863 (Estados Unidos de Colombia), se proclamó la soberanía de los estados de la Unión y se listaron de manera perfecta los derechos individuales, apoderándose la utopía del país(5). En 1886 tuvo lugar la "regeneración" de Núñez y se dictó una nueva constitución, de corte centralista, que perduró, con sus reformas, hasta 1991.
     Pero aún en 1886, solamente tenían la calidad de ciudadanos los varones mayores de 21 años que ejerciesen alguna profesión u oficio, o que tuviesen medios de subsistencia, y supiesen leer y escribir. Votaban directamente para escoger representantes, y votaban por electores para escoger Presidente y Vicepresidente. Los senadores eran elegidos por las asambleas departamentales.  En 1910 se instauró el voto directo para Presidente, y en 1936 se estableció el sufragio universal, aun cuando masculino. Sólo hasta 1954, durante el mandato del general Rojas Pinilla, se le concedió el derecho a votar a las mujeres, que ejercieron por primera vez en 1957.
     La Constitución de 1991  que nos rige,  dice que el voto es un derecho y un deber ciudadanos. Es un derecho alcanzado luego de una larga lucha, como se ha visto, y que implica responsabilidades;  y es  un deber que conlleva el respeto a las autoridades legítimamente elegidas y la participación en la vida política, cívica y comunitaria del país (6). 
     ¿Cómo ejercer ese derecho en las elecciones del 2010? Aún no existe una educación política en la mayoría de los colombianos; aún una gran masa está sujeta a los arbitrios de los "caciques políticos"; aún la lucha por el poder tiene móviles subjetivos y personales. Pero aún si no sabemos de política, sí sabemos qué le haría bien al país y a nosotros mismos: menos corruptelas, menos robos, más servicios esenciales y no esenciales, rectitud, corrección y conocimiento al servicio de la causa pública. Prestemos atención a quiénes han hecho qué durante sus tránsitos por el poder y escojamos libremente, a conciencia. Una dádiva a cambio de nuestro voto implica años de servidumbre, otra vez, como en el pasado, echando por tierra siglos de lucha, haciendo inútil el camino andado, perpetuando los vicios que nos mantienen postrados como nación.

Por: Silvia Reyes Cepeda

Citas: (1) Indalecio Liévano Aguirre: Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Editorial Intermedio, Bogotá, 2002, Tomo I, página 504.
(2) En carta dirigida a don Marcelo Tenorio; citada por Liévano Aguirre, op cit., página 566.
(3) Proyecto de Constitución para Colombia de Antonio Nariño, en op cit, página 567.
(4) Fernando Guillén Martínez: El poder político en Colombia, Editorial Planeta, Bogotá, 2008
(5) Luis Carlos Sáchica: Nuevo constitucionalismo colombiano, Editorial Temis, Bogotá, 1996, página 85
(6) Constitución Política de 1991, artículos 95 y 258

jueves, 4 de marzo de 2010

Los derechos tienen límites

"Un derecho llevado demasiado lejos, degenera en injusticia": Voltaire




No existen derechos absolutos. El ejercicio de los derechos tiene un límite natural: los derechos de los demás. La Constitución Política dice que es un deber de la persona y del ciudadano "respetar los derechos ajenos y no abusar de los propios".
Los transportadores públicos de pasajeros en Bogotá -minoritarios- ejercieron su derecho a protestar por las ofertas económicas de la Administración para involucrarlos en el sistema general de transporte masivo y/o sacar los buses viejos de las calles. Pero, ¿hasta qué punto su derecho es superior al del resto de la ciudadanía? ¿Hasta qué punto les es permitido acudir a expedientes dudosos para estimular el paro, amedrentando o amenazando a quienes no lo compartían?
 El espectáculo de la gente caminando en las mañanas, subiéndose a cualquier medio de transporte, al costo que fijasen los dueños de los vehículos, para llegar al trabajo, y en la noche bajo la llovizna, cansada, sin asomo de transporte público para llegar a sus casas, enfurece.
Hoy los transportadores han llegado a un acuerdo con la Alcaldía, luego de que ésta incrementó los porcentajes a pagarles -que inevitablemente pagaremos todos- y que aquellos disminuyeron sus exageradas pretensiones. ¿Quién le reconoce a la gente el tiempo perdido, el cansancio y el sobrecosto en que incurrió para movilizarse en estos días?
No es, pues, justo. Como dice Voltaire, el derecho llevado demasiado lejos, degenera en injusticia. Justicia es dar a cada uno lo suyo según la ley. Y la justicia es uno de los pilares para garantizar un orden político, económico y social justo, dice la Corte Constitucional.
La justicia es uno de los fundamentos de la democracia, pero la democracia, como señala Ortega y Gasset, "es algo más que el pueblo en la calle; la democracia no es el pueblo, es el Estado del pueblo; y no el pueblo sin Estado...La democracia es el pueblo organizado y no el pueblo suelto".

Por Silvia Reyes Cepeda
Fotografías tomadas de eltiempo.com