lunes, 13 de agosto de 2012

Esas lecturas de adolescencia

HERMANN HESSE, INOLVIDABLE

En la última edición de la revista Arcadia, hay un artículo de Hernán Caro titulado "Hermann Hesse, el hipersensible", a propósito de la conmemoración que se hace en Alemania a los cincuenta años de su muerte. Se pregunta si ese autor, tan ligado a las primeras lecturas adolescentes, aguanta lecturas posteriores o si es mejor "no torear la memoria".
Decidí aceptar el reto y busqué mis viejos libros de Hesse, los favoritos de mi adolescencia: Demián y Narciso y Goldmundo. Releerlos después de casi treinta años me conmovió, casi igual que cuando los leí por primera vez. En ambos libros, el personaje encuentra amigos que lo guían hacia su destino, que es conocerse a sí mismo. Yo no tuve esos guías, pero sí tuve una compañera de viaje en esos años complicados, y los libros fueron nuestros guías. Los saboreamos, los discutimos en largas caminatas bajo la noche barranquillera, escuchábamos a Santana durante horas mientras tratábamos de dilucidar cuál era nuestro destino, cuáles eran nuestros sueños vitales, y anhelábamos poder construir un mundo más justo, más incluyente, un mundo ideal.
Demián ayuda a Sinclair a reflexionar de una manera que rompa los esquemas morales de la época, a no clasificar las cosas, a no juzgar; le habla de aquellos que se consideran descendientes de Caín, los marcados por ser diferentes, valerosos y que siempre, por ello, han inquietado a la humanidad. Los que, si necesitan un dios, tendría que ser uno que fuese bien y mal, hombre y mujer, un dios que en la antigüedad se llamaba Abraxas.
Sinclair vadea los cauces turbulentos de la adolescencia, cuando se pisan las zonas "oscuras" del mundo y se resquebraja el universo infantil familiar, claro y sin sombras. Aprende que "el verdadero oficio de cada uno era tan sólo llegar hasta sí mismo", que "su misión era encontrar su destino propio, no uno cualquiera, y vivirlo por entero hasta el final".
Igual destino debe descubrir Goldmundo, guiado por Narciso, seres totalmente distintos, opuestos y, sin embargo, complementarios. Uno posee la plenitud de la vida, el amor, el arte y la tierra; el otro pertenece al mundo de la idea, el pensamiento, los recintos cerrados; para uno brilla el sol, para el otro la luna y las estrellas. Y cada uno debe conocerse a sí mismo y vivir conforme a ese conocimiento.
Como anota Caro en el artículo de Arcadia: "Ese es el gran tema de Hermann Hesse: el alma inquieta al acecho de sí misma. De ahí que para muchos críticos Hesse tenga un tufillo de autoayuda. Pero qué se le va a hacer si, al fin y al cabo, de eso se trata: de espíritus rebeldes, sedientos de libertad, en búsqueda de la felicidad, sea lo que esta sea. Y si hay una misión en los libros de Hesse, es esa: intentar describir el camino".
¡Hermosos y amados libros de mi adolescencia! Sí resisten una relectura al cabo de los años, superan el reto, por lo menos estos que fueron importantes para mí.
Hermann Hesse nación en Cawl, Alemania, en 1867 y murió en Montagnola, Suiza, en 1962. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1946. Entre sus obras están El lobo estepario; Siddartha, Peter Camenzind, El Juego de los Abalorios; Gertrude; su poesía, sus cuentos, y muchos más.