miércoles, 29 de diciembre de 2010

Dulces Recuerdos

UNA GOLOSINA
Muriel Barbery
Editorial Zendrera Zariquiey
Barcelona, España

El más grande importante gastronómico del mundo -como él mismo se califica- está muriendo, y su angustia, más que por la muerte próxima, es por no poder recordar un sabor que le "trota en el corazón", un sabor olvidado, anidado en lo más profundo de sí y que se revela "como la única verdad que se haya dicho o hecho".
Comienza, entonces, a rememorar su infancia, su adolescencia, esos momentos en la cocina de la abuela,  o de la tía Marthe, que le hicieron amar y aprender a degustar sabores, aromas y texturas, y que luego convirtió en palabras, "estuches que recogen una realidad solitaria y la metamorfosean en un momento de antología".
Sabe que es venerado por unos, odiado por muchos, entre ellos sus propios hijos, temido hasta por sus nietos, por ese aislamiento afectivo que mantiene respecto de todos y de todo, menos de la comida y de la bebida, y realmente no le importa. Y al final, tampoco importa mucho vivir o comer, sino saber por qué. 
Es, pues, éste, un hermoso ejercicio que propone Muriel Barbery (Casablanca, 1969), de regresar en la memoria al tiempo de las cosas simples, primigenias, al reino sin artificios de los árboles, las flores y los huertos, a lo realmente esencial.
"Una Golosina" fue su primera novela, publicada en el año 2000, y galardonada con el premio al Mejor Libro del Mundo de Literatura Gastronómica,  Salon International du Livre Gourmand-Périgueux.  Narrada en varias voces, será la antesala de "La Elegancia del Erizo" (2007) que comentamos  en este blog, y que transcurre también en el edificio de la Rue de Grenelle, en donde vive y muere el crítico gastronómico.
Para los amantes de la literatura y de la gastronomía, esta obra es, sin duda, una golosina.


sábado, 18 de diciembre de 2010

Navidad: Tiempo para Dar

UN TIEMPO PARA DAR

En el Eclesiastés encontramos una hermosa reflexión según la cual "hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar [...].
Hay, también, un tiempo para dar y un tiempo para recibir. Este es el tiempo de dar, de darle al que todo lo ha perdido, nosotros, a quienes nada nos falta.  Es tiempo de despertar esa virtud que se llama generosidad, que "es la virtud del don. Ya no se trata de "dar a cada uno lo suyo", como decía Spinoza a propósito de la justicia, sino de regalarle lo que no es suyo, que le falta, lo que tú tienes"(1). Generosidad, que es algo más, y distinto, de solidaridad, en la medida en que ésta implica una comunidad de intereses. La generosidad, nos dice Compte-Sponville, rebasa el interés, va más allá de la solidaridad, y depende enteramente de nuestra voluntad y de nuestra libertad. "Ser generoso es saberse libre para actuar bien, y desearlo"(2).
Es hora, entonces, de pensar en el otro, en ése que deambula bordeando los campos y pueblos inundados, buscando un sitio seco en donde reposar un rato; en ése al que tal vez sólo le quedan la vida y la tristeza.
Es Navidad y ésta, especialmente, debe ser una navidad de amor y de generosidad reales, desinteresados. Una feliz navidad por dar, así como  dio Aquel cuyo nacimiento celebramos.



(1) André Compte-Sponville: PEQUEÑO TRATADO DE LAS GRANDES VIRTUDES, Editorial Andrés Bello. Chile, 1995, página 91.
(2) Id., ib. pag 98

Fotografía: www.elheraldo.com

jueves, 2 de diciembre de 2010

Una visión de Bolívar

EN BUSCA DE BOLÍVAR
William Ospina
Editorial Norma

"Bastó que muriera para que todos los odios se convirtieran en veneración, todas las calumnias en plegarias, todos sus hechos en leyenda. Muerto, ya no era un hombre sino un símbolo". Con esta verdad, dura como una piedra en el pecho, comienza William Ospina a narrarnos su búsqueda de Bolívar, a través de la Historia, de las biografías, de las memorias, de la poesía misma;  cómo un joven criollo rico y un tanto afrancesado se convierte en el guerrero que libertaría a América de España; qué lecturas, qué encuentros van alimentando su espíritu y sentando las bases de su gran sueño americano; cómo se gesta la libertad.
El autor va hacia su personaje desde el presente, desandando el tiempo. Lo encuentra caminando por una playa de Haití con Santiago Mariño, con José Francisco Bermúdez, con Palacios, con Zea, con Brion y Manuel Piar;  los mira con todo el conocimiento que tiene de sus destinos y nos dice: "Ellos no saben lo que nosotros ya sabemos; oyen venir las olas, presienten los combates, sueñan con la victoria, oyen la voz enérgica y emocionada de Bolívar. No pueden imaginar que, dos siglos después, estamos tratando de verlos, andando y discutiendo, todavía amigos todos, por esa playa amiga".
Pero así como es  fascinante este mirar hacia atrás desde el presente,  es desacertado pretender juzgar las acciones y decisiones de entonces, que obedecieron a sus circunstancias y a su tiempo, con la visión de un humanista del siglo veintiuno, o censurarlas desde un concepto actual y desarrollado de los derechos humanos, falla que encontramos, afortunadamente, en un solo breve capítulo de libro.
William Ospina (Padua, Colombia, 1954) es poeta y ensayista, pero esencialmente es poeta, y leerlo es como descubrir nuevamente el mundo que describe y admirarnos con su belleza, como ocurre con sus obras en prosa Ursúa y El País de la Canela, o con los viajes en verso de El País del Viento. No pretende, con esta obra conmemorativa del Bicentenario de nuestra independencia, escribir una biografía exhaustiva de Bolívar, pero sus palabras logran la magia de que podamos verlo, imaginarlo, compartir sus sueños frustrados de una América unida, percibir la amargura de ser un estorbo apenas triunfa. Y hace Ospina que sintamos  que "él sigue viviendo en cada momento de sus días", que "sigue conversando con Miranda bajo los cielos negros de Londres" [...] "leyéndole versos a Perú de Lacroix desde una hamaca" o batiéndose en una playa de Cumaná; que "sigue abriendo selva, remontando peñascos, escrutando la niebla",  y que, tal vez, si estuviera ahora aquí, en nuestro presente, se bajaría de sus estatuas y empezaría a preguntarse "por dónde comenzar de nuevo".