domingo, 9 de abril de 2017

Una historia del cristianismo

EL REINO
Emmanuel Carrère
Premio Le Monde
Editorial Anagrama
2015


Año 50. Un hombre va por las ciudades de Asia Menor y Grecia hablando de un hombre crucificado hace veinte años, pero que resucitó al tercer día. Año 2011: un escritor se cuestiona esa creencia que perdura dos mil años después. 

El escritor tuvo una crisis años atrás, se sentía infeliz, como "cuando ya no tienes suficiente música dentro para que la vida baile...", según decía Céline;  se tornó creyente, se aferró a la fe cristiana como una tabla de salvación, pero al cabo lo dejó. Pudo más su inteligencia y su espíritu crítico que una religión que exigía no ser demasiado inteligente

El centro del cristianismo es la resurrección de Cristo, en la que no cree; pese a ello, le intriga saber por qué la gente, incluido él mismo en una época, creen en ella, qué hace que se crea en algo que es imposible. Vuelve a los cuadernos de notas de su "período cristiano" y a los textos del Nuevo Testamento como novelista, como historiador, como investigador pensando, como Ernest Renan, "que para escribir la historia de una religión  lo mejor era haber creído y no creer ya en ella".
San Lucas


Repasa los Hechos de los Apóstoles, escritos por Lucas, el primer historiador del cristianismo, y que cuentan la historia de  Pablo de Tarso, y del nacimiento del cristianismo, y su evangelio, distinto en algunos temas de los otros tres. 


El autor, narrador y protagonista del libro analiza los textos desde la duda y el escepticismo. Trata de ser objetivo, pero no lo logra del todo, podemos ver que le repele que Pablo no acepte "ni la sabiduría, ni la razón ni la pretensión de ser dueño de la propia vida", como les dice a los corintios. "La única verdad es la que él anuncia". Enseña que la sabiduría del mundo es locura a los ojos de Dios, "que la locura a los ojos del mundo Dios la ha escogido para avergonzar a los sabios".

Con San Pablo, entonces, comienza el dogmatismo de la Iglesia que me repele, también, como a Carrère, pues me pregunto, entonces, ¿para qué estamos dotados de inteligencia y de raciocinio? Si es cierto que somos obra de Dios, ¿no estaría contradiciéndose a sí mismo? Este es el resultado de quienes se consideraron y consideran intérpretes de la palabra de Dios, poseedores de la única verdad, para imponer la cual requieren de seguidores dóciles, inocentes, iletrados, concluyo.


San Pablo
Volviendo al libro, Carrère anota que el cristianismo surge como una variante helenística del judaísmo. Los griegos llamaban a Jesús Kristos, el Salvador, el Mesías. Esta variante se aparta de la ley judía y de los judíos mismos a quienes en los Hechos, por boca de Pedro y Juan, se les acusa de haber dado muerte a Jesús. Pablo tiene adeptos entre los gentiles, a quienes no se les pueden exigir esos ritos ancestrales judíos, como la circuncisión o determinadas comidas; decía que lo esencial era creer en la resurrección y lo demás se daría por añadidura. Santiago, hermano de Jesús, insistía en que "lo esencial era ser misericordioso, socorrer a los pobres, no darse ínfulas, y quien hace todo esto sin creer en la resurrección de Cristo estará siempre mil veces más cerca de él...".

Hay celos, rencillas, acusaciones: que pretende situarse en pie de igualdad frente a los verdaderos discípulos, "los que le conocieron, los que hablaron con él, los que hasta son de su misma sangre", y que  hasta dice haber tenido una visión de él; y es que Pablo no conoció a Jesús.

Lucas, el evangelista, tampoco conoció a Jesús, pero investiga por su cuenta, pregunta, escucha a los que sí le conocieron. Lucas es médico y es griego; no es judío, pero le atrae la religión de los judíos, "una religión que es al mismo tiempo más humana y depurada, con el añadido de alma que le faltaba al paganismo extenuado",  y a través de su inicial aparición como protagonista en los Hechos, el escritor le seguirá.

Y el Reino de Dios, ¿qué es? ¿dónde está? A partir de la parábola del grano de mostaza que se arraiga y crece hasta ser un árbol frondoso en cuyas ramas anidan las aves del cielo, el escritor  concluye que "el Reino es a la vez el árbol y el grano, lo que debe advenir y lo que ya ha ocurrido. No es un más allá, sino más bien una dimensión que la mayoría de las veces es invisible para nosotros pero que aflora en ocasiones misteriosamente, y en esta dimensión tiene quizá sentido creer, contra toda evidencia, que los últimos son los primeros y viceversa".

El Reino parece ser "todo lo que es débil, despreciado, deficiente, y que constituye la morada de Cristo", y "está cerrado a los ricos y a los inteligentes". El Reino "es para los buenos samaritanos, las putas amorosas, los hijos pródigos..." y, a veces, los resultados son injustos para algunos, como para el hermano del hijo pródigo, por ejemplo.Según Lucas, las leyes del Reino no son leyes morales. "Son leyes de la vida, leyes kármicas. Jesús dice: las cosas son así". Así como la vida, injusta, desigual. Pienso que el Reino es la vida misma y depende de cada uno hacerla buena o mala.  

Este es un libro complejo pero profundamente enriquecedor y cuestionador. Socava nuestras endebles creencias que, por lo general vienen de un aprendizaje a la fuerza desde el colegio, impuestas, pero realmente pocas veces verdaderas o fruto de una convicción íntima insuperable. Por lo menos, yo no recuerdo haber pensado nunca en el inmenso trasfondo de la resurrección de Jesús como eje del cristianismo.

Sin embargo, más allá del dogma, es claro que surgió como una religión para los desamparados y los débiles en una época dura; y sigue siendo la religión de la caridad, de ver al otro en su justa dimensión humana y solidarizarse con él, de amarlo. Jesús no pedía que creyeran en él, sino que pusieran en práctica sus palabras, recogidas en el llamado evangelio Q y que seguramente Lucas leyó.  


Carrère. Fotografía de
anagrama-ed.es
Y también es cierto que sin Pablo y la construcción de la doctrina alrededor de Cristo, tal vez Jesús no hubiese pasado de ser un sabio más y el cristianismo no hubiese existido. Lástima el dogmatismo.

Emmanuel Carrére (París, 1957) es un escritor, guionista y realizador francés, considerado como uno de los más importantes del momento. Sus libros, a partir del "El adversario" son una mezcla de ensayo y memorias, con un sujeto en primera persona que le da una fuerza maravillosa a los relatos. De ahí que hable del escritor, narrador y protagonista, todo al tiempo.  Como anota la periodista Silvia Hopenhayn, en una entrevista del diario La Nación, de Argentina, "las historias pasan por él, es decir, por una primera persona que participa de lo que está contando sin por ello tratarse de una historia personal. Esa es su gracia: no son historias propias, pero la primera persona sí lo es". El escritor dice que en sus libros prueba un "yo", pero "la sinceridad no es lo mismo que la verdad", él trata de ser sincero, pero la verdad no está a su alcance. (www.lanacion.com.ar)

Entre sus obras están El Bigote, De vidas ajenas, El Adversario, Limónov (galardonado con el Prix des Prix como la mejor novela francesa, el Premio Renaudot y el Premio de la Lengua Francesa) y Una Semana en la Nieve (premio Femina). El Reino fue galardonado con el premio Le Monde en 2015.

Y si bien dice que escribió el libro desde la óptica de un no creyente, algo queda en el fondo, una necesidad de amparo. La última frase de sus cuadernos del "período cristiano" es: "Te abandono , Señor, pero tú no me abandones".

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