martes, 12 de junio de 2018

Cruzar la frontera

VIAJES CON HERODOTO
Ryszard Kapuściński
Anagrama

Cuando era un joven reportero en Polonia y recorría aldeas y pueblos buscando historias, Ryszard Kapuściński (Pinsk, Bielorrusia, 1932- Varsovia, 2007) anhelaba "cruzar la frontera", ver qué había más allá.

Finalmente, el periódico para el que trabajaba entonces lo envió a la India, un país del que nada sabía, un mundo misterioso cuyo acceso "sólo lo podía facilitar la lengua".

Desde ese primer viaje lo acompañó siempre un ejemplar de la Historia de Heródoto, quien lo escribió en el siglo V AC "para impedir que el tiempo borre la memoria de la humanidad, y menos que lleguen a desvanecerse las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como de los bárbaros". 
Foto de Noticias Universia

De Heródoto aprenderá el arte y la técnica del reportaje, pues en esa época pocos sabían escribir, y las personas sabían "sólo aquello que su memoria lograba conservar", de suerte que había que ir a buscar a esas personas, sentarse junto a ellas, escucharlas y recordar lo que contaran.

Kapuściński considera que Heródoto fue el primero en "descubrir la naturaleza multicultural del mundo", la que él empezó a conocer con sus viajes como corresponsal, y que conduce a reconocer al Otro. La India, dice, fue su "primer encuentro con la otredad, un descubrimiento de un mundo nuevo", y de ese viaje entendió que "el mundo enseña humildad", pues regresó avergonzado de su falta de conocimientos, de la insuficiencia de sus lecturas, de su ignorancia.
Heródoto

En este libro el autor narra algunos de sus viajes: la China de Mao y sus multitudes uniformadas; Sudán y el implacable sol de Jartum; el Congo, en donde entrenan a los niños para la guerra y en donde puede experimentarse "lo peligrosa que es la libertad despojada de toda jerarquía y de todo orden"; Irán, la antigua Persia de Ciro, de Darío, de Jerjes, y cuyas historias va repasando al tiempo, leyendo a Heródoto; las ruinas de lo que fue la hermosa Persépolis, ahora una "ciudad de reyes muertos y dioses olvidados"; el Mediterráneo -el mar de Heródoto-; Argel, en donde "todo parpadea, huele, embriaga, cansa"; en fin, el mundo y sus maravillas, a las que hay que abrirse para poder vislumbrar un poco de su brillo, enfrentarlas con la curiosidad de un niño y la misma capacidad de asombro, pues cada mundo es "único e importante", y "hay que conocerlos porque sus respectivas culturas no son sino espejos en los que vemos reflejada la nuestra".

"Por eso, después de hacer este descubrimiento -otras culturas como espejo en que mirarnos para comprendernos mejor a nosotros mismos-, cada mañana a la salida del sol, incansablemente, Heródoto reanuda su viaje".

Y Kapuściński, al igual que Heródoto, tiene  que contarlo todo, porque también lucha "contra la fragilidad de la memoria, contra su volátil naturaleza, contra su obstinada tendencia a borrarse y a desvanecerse".

Kapuściński "le gustaba decir que simplemente era un historiador, pues para él ser periodista es estudiar la historia en el momento mismo de su desarrollo. Todo periodista es un historiador, afirmaba".
(https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1190677.2007-fallece-ryszard-kapuscinski-maestro-del-periodismo-contemporaneo.html). Es historiador y  periodista, viajero, novelista y poeta. La forma como le llega el mundo, la luz, el sonido, el silencio, la gente, es poética; este libro, Viajes con Heródoto, es un canto al mundo y su diversidad, al mundo y su belleza, al mundo y su misterio. Y al Otro, el eterno referente.

Entre su obra se cuentan El Emperador, el Sha, Lapidarium, Ébano, Encuentro con el Otro, Los cinco sentidos del periodista. Fue galardonado con muchos doctorados Honoris Causa y varios  premios, entre ellos el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades  2003.

A los viajeros les gustará este libro porque, como dice, "el viaje no empieza cuando nos ponemos en ruta ni acaba cuando alcanzamos el destino. En realidad empieza mucho antes y prácticamente no se acaba nunca porque la cinta de la memoria no deja de girar en nuestro interior por más tiempo que lleve nuestro cuerpo sin moverse de sitio. A fin de cuentas, lo que podríamos llamar "contagio de viaje" existe, y es, en el fondo, una enfermedad incurable".

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