miércoles, 28 de septiembre de 2016

Océanos de dudas

     
Me he leído el Acuerdo Final de Paz suscrito entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las Farc-EP, y el resultado es un inmenso mar de dudas. 

Y es que se trata de algo más que elegir SÍ o NO en el próximo plebiscito, porque todos queremos la paz; negarlo es casi que negar la humanidad que anida en cada uno de nosotros, y estigmatizarnos unos a otros es pura intolerancia. 

Desafortunadamente, el Gobierno ha manipulado  la opinión,  las leyes,  la misma Constitución, por ejemplo, cambiando los umbrales de decisión a mínimos que no significan real legitimidad, moviendo las emociones de la gente sin una pedagogía de los compromisos o un mínimo análisis de los mismos, pidiendo facultades extraordinarias para legislar sin discusiones; y los opositores han contribuido aportando, más que luces, zozobra y miedo. El resultado es  una polarización absurda entre la gente, incluso dentro de las mismas familias, al punto que el tema se ha vuelto tabú. 

Debemos pensar, sopesar, tomar una decisión no emotiva, en lo posible:
  • En el Acuerdo, el Estado se ha comprometido a hacer  las cosas que debió hacer desde hace más de cincuenta o sesenta años, aún  más, desde la primera República. Darle un buen vivir a sus ciudadanos; educación, salud, vías, tecnología para el campo; seguridad, oportunidades de trabajo, crecimiento, en fin. 
  • ¿Por qué hasta ahora promete cumplir lo que era su deber, cuando tendrá una espada de Damocles encima todo el tiempo, como es la amenaza del retorno de la guerra, o el descontento social llevado a extremos indeseables? Algunos dicen que el conflicto no dejaba invertir en el campo, lo que no es totalmente cierto; en el fondo hay un problema secular de tenencia de tierras que se ha afianzado en el tiempo, y una desigualdad que se perpetúa desde las épocas de la Colonia, y la guerrilla puede haber sido una respuesta a ello. 
  • Sí, en el Acuerdo de Paz el Gobierno le concedió todo a las Farc: pagos a cada desmovilizado por un tiempo, salud y pensiones; esquemas de seguridad con vehículos y comunicaciones, escoltas de su propia gente armados por el Estado; emisoras de radio, canal de televisión cerrada para difundir sus ideas; financiación de todos los compromisos; posibilidad de acceso a las corporaciones públicas aún si son condenados; inserción en todas las instancias de decisión locales, regionales y nacionales; amnistía amplia e indultos, penas bajas según el grado de reconocimiento de culpas, etc. 
  • ¿Se justifican? algunos sí, otros no, pero el Acuerdo es un todo integrado que no se puede tomar por partes. 
  • ¿Son cumplibles por parte del Estado colombiano los centenares de compromisos que asumió? Porque  el Estado ha sido y es ineficiente, la corrupción campea en todos los sectores, las normas se cambian cada día, los impuestos  aumentan, y el porcentaje de pobreza sigue igual. Necesitará del aporte de todos y, sobre todo, de una gran dosis de paciencia por parte de la gente.
  • ¿Cuánto van a costar los compromisos asumidos por el Estado, o sea, por todos nosotros? No se sabe; algunos lo miden a la ligera, diciendo que con uno o dos helicópteros de guerra pagamos los gastos de reinserción de los guerrilleros, pero ¿y el resto? Tal vez nos están hipotecando el presente y el futuro.
  • ¿Qué pasará si el Estado no puede cumplir, si las expectativas de la gente resultan fallidas? ¿Paros, revueltas, presiones desde la legalidad misma y al final, tal vez, un cambio en el esquema de gobierno que brinde nuevas ilusiones?
Pero, en el otro lado de la balanza de las dudas, hay hechos insoslayables:
  • El Acuerdo resulta ser, al final,  un pacto contra la pobreza, la desigualdad y la manera violenta de resolver los conflictos. Su texto, bastante complejo de leer, por cierto, está permeado por la idea de que el Estado es el responsable de todos los males, que la guerrilla fue fruto de la desigualdad y de la violencia y que, por ello, toda la sociedad debe pagar, por su indolencia. Y dolorosamente debemos admitir que es cierto en gran parte. 
  • Desde el comienzo de nuestra independencia, nos hemos matado por un color político, por la religión, por ideas muchas veces ajenas e incomprendidas; la violencia ha sido característica de nuestra historia; y el narcotráfico, ese cáncer que devoró los valores de la sociedad,  es solo un elemento distorsionador del conflicto sobre un gran fondo de desigualdad socio económica.
  • La pobreza en Colombia es vergonzosa, más del 60% de la población vive bajo la línea de la pobreza, casi el 20% vive en la miseria, y en el campo puede ser aún mayor.
  • La educación de calidad es privilegio de unos pocos, cuando lo único que puede formar ciudadanos que puedan ejercer y exigir sus derechos y participar en las decisiones públicas, como se propone en el Acuerdo, es la educación.
  • La corrupción es monstruosa, y terrible su secuela: se mueren niños por desnutrición, se muere gente por falta de atención médica, la infraestructura es deficiente, las obras de mala calidad, y la sociedad tolera, con su inacción y su silencio, a quienes saquean el erario público.
  • ¡Pedimos a gritos un cambio, algo tiene que pasar en este país, no podemos seguir así a perpetuidad!
  • Y, en este balance, estarían además los casi 15.000 fusiles que se silenciarían, y que tal vez volverían a sonar si el Acuerdo es rechazado, lo que constituye una amenaza latente que siempre pesará sobre todos,  si no derivamos hacia una sociedad más incluyente, tolerante, equitativa y justa. 
  • ¿Seremos capaces de cambiar, con Acuerdo o sin él?