jueves, 12 de noviembre de 2009

"Aquellos que no recuerdan su historia, están condenados a repetirla"

Siempre es bueno recordar la historia para evitar, como en la frase de Jorge de Santayana  (Madrid 1863 - Roma 1952, filósofo y ensayista), quedar condenados a repetirla.  Pretendo en este espacio hacer un breve recuento de una época  turbulenta de nuestra historia política (como casi todas, en realidad)  e invitarles a reflexionar en paralelo sobre los tiempos que corren.
En 1861, en medio de la quinta  guerra civil desde cuando nos independizamos, el  general Tomás Cipriano de Mosquera asumió la Presidencia transitoria del Estado. La guerra la había iniciado él mismo siendo Presidente del Estado del Cauca, buscando derrocar al gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez, Presidente entonces de la Confederación Granadina.  En 1862 culminó la guerra con el triunfo de Mosquera y convocó a una Convención Nacional conformada sólo por liberales, en Rionegro, para que expidiese una nueva Constitución: la llamada Constitución de Rionegro. La Convención disminuyó el período presidencial a dos años, "para evitarse una larga presidencia de Mosquera, quien tarde o temprano tendría que ser elegido", según el historiador Jorge Orlando Melo. Efectivamente, fue elegido Presidente en 1863, con lo que, en la práctica, continuó ejerciendo el poder transitorio que ya había asumido, hasta 1864.
Al terminar este mandato, viajó a Francia como Embajador y, al regresar, fue elegido nuevamente Presidente por el Congreso, que era el órgano elector, en 1866. La Constitución  de 1863 decía que "El ciudadano que hubiere ejercido la Presidencia no podrá ser reelegido para el próximo período".

Es bueno recordar que el General Mosquera ya había sido Presidente del Estado de la Nueva Granada, entre 1845 y 1849.
Mosquera, según el historiador Melo, "era conocido por sus arrebatos y furias y por su tranquilidad para fusilar". Tenía tendencias dictatoriales, y en abril de 1867 clausuró el Congreso para evitar la oposición a las medidas que tomó, entre ellas, las relativas a los remates de los bienes de la Iglesia que, al parecer, beneficiaron a unos cuantos. En mayo del mismo año, fue derrocado por un Golpe de Estado, juzgado y desterrado por 3 años.
Regresó en 1871, y fue elegido Presidente del Estado del Cauca (otra vez), hasta 1873. En 1876 fue Senador por ese Estado, y se retiró a su hacienda, en donde murió a los 80 años de edad. Hizo cosas buenas, indudablemente, buscando el progreso económico del país; otras no lo fueron tanto, otras fueron sencillamente arbitrarias. Como todos los gobernantes.