martes, 24 de noviembre de 2009

Plegarias sobre el desierto de Nazca

Texto: Silvia Reyes Cepeda
Fotografías: María del Pilar Colom




Nazca es un desierto de cascotes de piedra quemada por el sol que se extiende por más de 500 kilómetros cuadrados, cerca de la costa del Perú, al sur de Lima. Las montañas que lo circundan parecen calcinadas como por algún cataclismo ocurrido en un mundo antiguo. Vigilan los dibujos trazados en la pampa y tal vez esperan las ofrendas que el nazca elevaba rogando por el agua.
Las líneas y los dibujos hechos hace miles de años guardan aún su secreto. No hay sino elucubraciones sobre qué querían decir. ¿Reflejan, acaso, los trazados invisibles de las estrellas? ¿Quiso el nazca imitar a dios reinventando un cielo sobre las piedras del desierto más seco y solo del mundo? O, tal vez, ¿quiso tener alma y ojos de pájaro con un corazón de arena?
Las líneas cruzan el desierto. A veces parten de nudos y sus radios apuntan a todos lados.
Otras, forman triángulos, trapecios, rectángulos, y entre ellas, aparece de pronto la figura de una ballena, de una orca, de pájaros enormes, un mono, una araña, una flor.
Todas ellas recuerdan lo que no existe aquí: agua, océano, vegetación, vida animal. De pronto son rogativas a los dioses del agua, para que la devuelva a la tierra reseca.
María Reich, la dama de la pampa, pensaba que eran el libro de astronomía más grande del mundo, y que señalaban los ciclos del sol, porque algunas líneas apuntan al ocaso en los solsticios y equinoccios. Decía, también, que los dibujos eran una representación nazca de las constelaciones, y que un trabajo de esta magnitud tenía que ser algo más que simples rituales a los dioses, como siempre se explican los restos antiguos cuyo significado real se desconoce.
Su teoría ha sido discutida y ahora se habla de invocaciones a los dioses del agua y de la lluvia, pues las líneas apuntan a las montañas, de donde viene el agua, y los dibujos recuerdan inevitablemente un mundo en donde existe agua.
Estas interpretaciones despiertan más nuestra imaginación que las puramente científicas. El hombre es dado a creer, inevitablemente, en los dioses, en el destino, en los misterios y en las casualidades. Nuestro guía en Nazca nos contó que la señora Reich sufrió la amputación de un dedo, de manera que no tenía diez sino nueve dedos, y que si observábamos las figuras con dedos, todas tenían nueve dedos, como la del mono o la de las manos o sapo.
Esas historias nos seducen, nos hacen soñar, así como nos hace sentir menos solos la idea de la existencia de uno o varios dioses vigilando desde el cielo su creación.
Sin embargo, viendo este inmenso desierto cruzado por tantas líneas mudas, es forzoso preguntarse ¿a dónde se fueron los dioses de los nazca?
Elías Canetti dijo alguna vez: “¿Regresará Dios cuando su creación esté destruida?”
En Nazca, ¿Regresarán algún día los dioses cuando ya el tiempo o los cambios del clima hayan borrado las rogativas escritas en la arena por un pueblo desaparecido? Dos mil, tres mil años, son apenas un parpadeo de sus ojos infinitos. Tal vez decidan complacer algún día a esos hombres que ya no existen, y devuelvan el agua a las planicies de piedra calcinada, los flamingos y los colibríes, los monos y las flores, los ríos y las ballenas. Empezaría otra vez el mundo, y una nueva raza de hombres pintaría, entonces, dunas y cardos y remolinos de arena y viento para recordar el tiempo ido, y comenzaría el ciclo de ruegos y plegarias a los dioses invisibles.
Mientras tanto, atardece en el desierto de Nazca. Un sol naranja que parece el último del mundo, se oculta en silencio y la brisa enfría de repente. Remolinos de arena cruzan la pampa, como fantasmas enloquecidos y, mientras cae la noche despacio, las líneas se cierran con su misterio bajo las estrellas heladas.
En su tumba bajo la tierra que tanto amó, María Reich ya debe conocer el secreto de los dibujos pintados en la arena.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Todo comentario o crítica debe ser, ante todo, respetuoso. Te ruego sigas esa simple regla.